Sin embargo, aunque desde la antigüedad se reconoce al diálogo como una forma de
comunicación esencial en la actividad educativa, la Pedagogía tradicional a inicios del
siglo XX se caracterizó por ser el maestro el centro del proceso, transmisor de información
y sujeto del proceso de enseñanza, situando al estudiante en una posición de objeto
receptor de información, con escasa posibilidad para el diálogo y la construcción colectiva
del conocimiento.
En la primera década del siglo XX con el nacimiento de La Escuela nueva, se crítica al
modelo transmisor, bancario y autoritario de la escuela tradicional, y se resalta el papel
del estudiante como ente activo del proceso de aprendizaje y la función del profesor como
movilizador y facilitador de la actividad física e intelectual. El estudiante pasa a ser el
centro del proceso enseñanza-aprendizaje y el maestro actúa como guía.
Para Freire (1979) educación y comunicación son parte de una unidad, establece que el
proceso comunicativo en la educación no puede considerarse como unidireccional, sino
que la comunicación en el aula es mucho más que eso, es intercambio, es interacción
entre el profesor y sus alumnos y entre los alumnos mismos. Lo ve como un proceso de
colaboración en busca de un lenguaje común.
Una postura similar asume Martí sugiriendo no impartir las clases, sino compartir. En su
escrito Maestros ambulantes de mayo de 1884 planteó: “No enviaremos pedagogos por
los campos, sino conversadores. Dómines no enviaremos, sino gente instruida que fuera
respondiendo a las dudas que los ignorantes le presentasen o a las preguntas que les
tuvieran preparados para cuando vinieran…,” (Martí J. , 1976).
Para Martí la clase no era más que un acto conversacional, donde el contenido se
transmitía y asimilaba de una forma natural, sin acudir al lenguaje falso y premeditado; la
clase debía fluir como acto espontáneo de comunicación. No debía caracterizarse por el
academicismo y el formalismo pedagógico sino por la virtud del discurso espontáneo y el
ambiente familiar.
Carl Rogers y su Pedagogía no directiva (1989) también comparte este enfoque de la
comunicación educativa, reconociendo al estudiante como persona que aprende, como
sujeto del proceso y no objeto receptor. Al respecto el autor planteó que ni el padre, ni el
maestro, ni el terapeuta debían dirigir la conducta del niño, sino sólo debían facilitarla.
Ojalvo V. y otros sobre el tema refieren:
Las concepciones más recientes de la comunicación educativa o
pedagógica, como también se ha denominado, la definen como un proceso
inseparable de la actividad docente, donde intervienen diversas prácticas
de interacción. Estas prácticas comunicativas se expresan tanto en el aula -
a través de diferentes lenguajes: el escolar, el magisterial, el lenguaje de los
alumnos y el lenguaje de los textos, como en las metodologías de enseñanza
aprendizaje y en las relaciones que establece la escuela con su contexto
social. (Ojalvo & Otros, 1999, p. 49)
Para estos autores, la comunicación forma parte de una unidad indisoluble con la
actividad docente, y no se limita solamente al uso del lenguaje del profesor y los alumnos,
sino que involucra otros elementos propios del proceso de enseñanza aprendizaje como
son los métodos, los medios y el contexto.
En los criterios abordados por los diferentes autores se revela la forma en que el proceso
de comunicación educativa ha venido propiciando una educación más democrática,
participativa, constructora del conocimiento y de la personalidad, donde tanto el docente
como el discente pasan a ocupar el papel de sujetos de la comunicación.